Una mujer siempre será una mujer y un hombre siempre será un hombre
Nunca me declaré feminista, porque muchos de quienes así se definen han terminado aceptando aquello de “mujer no se nace, mujer se hace”. Esta falsa premisa ha llevado a que alguien que nació con pilín, ahora sea aipo campeona olímpica en boxeo ndajeko ganando lo que, por naturaleza, era el lugar de una mujer.
Las mujeres llevamos demasiado tiempo en el arduo trabajo de ocupar el sitial que nos corresponde como para permitir que nos lo arrebate un hombre que se cree mujer.
Humanismo, me declaró humanista. Ese pensamiento que defendió Serafina Dávalos para las mujeres paraguayas, ese que pone en el mismo nivel a un hombre y a una mujer haciendo comparación con la fórmula del H2O, donde ninguno es más importante que otro, porque ambos son imprescindibles para que el agua exista.
Porque el feminismo de la francesa Simone de Beauvoir que, precisamente, instaló que la mujer no nace, sino que se hace, alborotó el gallinero que nos ha llevado a esta situación. No es ninguna casualidad que la polémica se haya desatado en los Juegos Olímpicos de París.
No valen las victimizaciones que aluden a discriminación, porque la primera acepción de esta palabra en el diccionario de la Real Academia de la Lengua es “seleccionar excluyendo”.
Toda la vida se ha seleccionado excluyendo y se seguirá haciendo, como debe ser. Para los concursos públicos, para los concursos de belleza, para las competencias deportivas, pero siempre entre pares. Solo falta que alguien que se autodefina como abogado, sin serlo, denuncie discriminación por no poder presentarse a Ministro de la Corte Suprema. ¡No pues!
Los hombres que se creen mujer, bien pueden tener su propia categoría, en los Juegos Olímpicos y donde lo deseen, pero entre ellos, no con una mujer real dentro de la categoría de mujeres reales. Porque una mujer siempre será una mujer y un hombre siempre será un hombre.