Murió Sebastião Salgado el fotógrafo brasilero que documentó la Amazonia
- El mundo en blanco y negro: Sebastião Salgado, maestro del fotoperiodismo humanista, fallece en París a los 81 años dejando un legado visual que documenta las grandes crisis sociales, ecológicas y humanitarias del último medio siglo.
- Economista de formación, fotógrafo por convicción: Abandonó una carrera prometedora en organismos internacionales para retratar a los marginados del mundo con una Leica y un compromiso inquebrantable.
- Amazonia, su testamento visual: Su último gran proyecto fue un homenaje a la selva y sus pueblos originarios, resultado de 48 expediciones y siete años de trabajo junto a comunidades indígenas

Sebastião Salgado murió en París, pero llevaba décadas habitando el corazón del mundo. Desde las minas de oro amazónicas hasta los desiertos africanos, desde las aldeas indígenas hasta los campos de refugiados, su cámara se convirtió en testigo implacable y compasivo de las heridas abiertas del planeta. Este viernes, a los 81 años, falleció víctima de una leucemia, una de las secuelas de una malaria que lo acompañó como un fantasma desde sus años en África.
Salgado no fue un fotógrafo cualquiera. Tampoco fue solo un artista, aunque su obra desbordaba belleza. Fue, ante todo, un hombre con un propósito: mostrar lo que muchos prefieren no ver. Economista de formación, oriundo de un pequeño pueblo de Minas Gerais, su conciencia social se tejió entre cafetales y montañas, pero encontró en la fotografía el lenguaje universal para denunciar las injusticias que estudió en las aulas y palpó en los caminos del Sur global.
“No soy artista, soy fotoperiodista”, decía, incómodo con los salones que querían reducir su trabajo a estética. “Fotografío mi mundo”, se defendía de quienes, como Susan Sontag, lo acusaban de embellecer la miseria. Lo suyo no era un ejercicio de estilo, sino de humanidad.

Con una Leica en la mano —como en aquella icónica imagen de 1994—, Salgado retrató a los olvidados con la dignidad que se les negaba. Los campesinos, los migrantes, los desplazados, los trabajadores del fin del mundo… Todos ellos ocuparon el centro de su lente, siempre en blanco y negro, para evitar que los colores distrajeran de lo esencial: los rostros, las miradas, las huellas del esfuerzo y del dolor.
Aquel intento de asesinato contra Ronald Reagan en 1981 marcó un punto de inflexión. Salgado estaba allí, cubriendo los primeros días del mandato del republicano. Sus imágenes del atentado recorrieron el mundo y le dieron el impulso necesario para abandonar la burocracia del Café Internacional y lanzarse a documentar, a su manera, la historia del sufrimiento humano.
En sus obras monumentales —Trabajadores, Éxodos, Génesis—, y en su último gran proyecto, Amazonia, Salgado no solo registró la devastación, también la resistencia. Viajó 48 veces a la selva con un equipo que incluía traductores, antropólogos y cocineros. Antes de fotografiar, vivía con las comunidades, cazaba con ellos, cocinaba con ellos. Luego, instalaba una tela en medio de la selva, como si fuese un estudio, y les pedía que posaran: no como víctimas, sino como protagonistas de su propia historia.
“Los indígenas nunca han estado tan amenazados, pero tampoco tan organizados”, advirtió en 2022 al presentar en São Paulo la exposición inaugural de Amazonia, tras siete años de sobrevuelos y caminatas. Fue su despedida anunciada. Aunque juró que un fotógrafo como él nunca se jubila del todo: “Uno no abandona la cámara, ni el mundo”.

Junto a su inseparable esposa y colaboradora, Lélia Wanick Salgado —curadora de sus exposiciones y editora de sus libros—, fundó el Instituto Terra, una utopía hecha selva, donde convirtieron tierras áridas de su infancia en un bosque renacido. Un testimonio más de que la destrucción puede revertirse, si hay voluntad.
Sebastião Salgado se fue. Pero deja un legado que respira en cada imagen, en cada sombra cuidadosamente expuesta, en cada historia contada con la luz justa. Su obra no se cuelga en museos, se clava en la conciencia. Porque, como él mismo dijo alguna vez, “la fotografía es un lenguaje que puede cambiar la manera en que miramos el mundo”.