León XIV el primer papa estadounidense inicia su pontificado
- Con una multitud de más de 200.000 fieles reunidos en la plaza de San Pedro, León XIV fue entronizado como el primer papa estadounidense, marcando un hito en la historia de la Iglesia Católica y dando inicio a un pontificado con sello pastoral y fraterno.
- “Fui elegido sin mérito alguno”, dijo León XIV en su primera homilía, en la que se presentó como un hermano dispuesto a servir, y no como un jefe que manda desde arriba. Su mensaje de humildad marcó el tono de su pontificado.
- Entre palios, anillos y letanías, el primer papa estadounidense recorrió en papamóvil la plaza de San Pedro mientras ondeaban banderas de todo el mundo, reflejo de una Iglesia global que abre una nueva etapa bajo un liderazgo de cercanía.

Robert Francis Prevost, León XIV inicia su pontificado. || Foto Cortesía
Bajo un cielo diáfano y frente a una multitud de más de 200.000 fieles, la Iglesia Católica vivió hoy una jornada histórica e intensamente simbólica: la entronización de León XIV, el primer papa estadounidense, marcó el inicio de una nueva etapa en el ministerio de Pedro.
Desde las primeras horas de la mañana, la plaza de San Pedro y la Vía della Conciliazione se transformaron en un océano de banderas, cantos y emoción contenida. Peregrinos de todo el mundo, junto a más de 150 delegaciones internacionales, aguardaban con expectativa la misa solemne que marcaría el comienzo oficial del pontificado de Robert Francis Prevost, ahora León XIV.
El rito comenzó en las entrañas del Vaticano. En un gesto cargado de significado, León XIV descendió a la cripta de la basílica para orar ante la tumba del apóstol Pedro, acompañado por los patriarcas de las Iglesias católicas orientales. La imagen fue potente: un nuevo pastor que, antes de asumir su misión, se postra ante las raíces del cristianismo para pedir luz y fuerza.
Poco después, el nuevo pontífice recorrió por primera vez en papamóvil la explanada de San Pedro. Saludó a los fieles, que lo recibieron con vítores y lágrimas. El aire estaba lleno de emoción y esperanza.

Ya en el altar dispuesto en el atrio de la basílica, León XIV pronunció una homilía profundamente pastoral y fraterna, alejada de cualquier atisbo de poder mundano.
“Pedro debe apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario…”, dijo con voz firme pero humilde. Y añadió: “Fui elegido sin tener ningún mérito. Vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría”.

Su visión del papado quedó clara desde el primer momento: no como un trono de poder, sino como un servicio a los demás, caminando junto al pueblo y no por encima de él.
Uno de los momentos más conmovedores de la ceremonia fue cuando el nuevo pontífice hizo referencia a su predecesor, el papa Francisco, fallecido semanas atrás. Al evocarlo, la multitud estalló en una ovación espontánea.
“La muerte del papa Francisco ha llenado de tristeza nuestros corazones”, dijo. “Pero a la luz de la resurrección afrontamos ese momento con la certeza de que el Señor nunca abandona a su pueblo”.
Fue un reconocimiento sentido a quien había sido el rostro de la Iglesia durante más de una década y una señal de continuidad espiritual.
Durante la ceremonia, se llevó a cabo uno de los ritos más solemnes: la imposición de las insignias petrinas. Tres cardenales —representando las órdenes diaconal, presbiteral y episcopal— se acercaron al papa León XIV: El cardenal protodiácono le colocó el palio, signo de comunión y cercanía con los obispos. Un segundo cardenal elevó una oración pidiendo la asistencia divina. El tercero, invocando a Cristo como “Pastor y Obispo de nuestras almas”, le entregó el anillo del Pescador, símbolo del ministerio de Pedro.
El Evangelio de Juan, proclamado en latín y griego, recordó el triple llamado de Jesús a Pedro: “¿Me amas? Apacienta mis ovejas”. Un mandato que León XIV pareció asumir con todo el peso de la historia sobre sus hombros.
Con su origen en Chicago y su amplia trayectoria pastoral en América Latina, Robert Prevost trae al papado una visión intercultural, políglota y pastoral. Su elección es reflejo de una Iglesia cada vez más global y diversa.
Al término de la misa, León XIV bendijo a los fieles con una sonrisa serena, mientras los himnos resonaban por toda la plaza. Los peregrinos, muchos con lágrimas en los ojos, comprendían que estaban ante el nacimiento de una nueva era para el catolicismo.