Hierros oxidados y recuerdos en la Estación Botánico
- La Estación Botánico, reliquia viva del ferrocarril, se desmorona lentamente desde 2012, sin que ninguna autoridad haya intervenido para su rescate.
- Don Adriano Vega, exfuncionario de Fepasa, mantiene la estación a pulmón, viviendo entre los vagones oxidados y alejando a los vándalos, sin recibir un solo guaraní por su labor.
- Mientras Fepasa anuncia proyectos de reactivación ferroviaria, las antiguas estaciones, como Botánico, siguen cayendo en ruinas, custodiadas apenas por la memoria de sus últimos ferroviarios.

El pasto crece alto y desordenado alrededor de los viejos rieles, como si quisiera tragar lo que queda de la Estación Botánico. Los vagones, otrora orgullosos testigos de una época dorada del ferrocarril, hoy se pudren bajo el sol inclemente y la lluvia descuidada. En medio de este paisaje de abandono, una figura solitaria resiste el paso del tiempo: Don Adriano Vega.
A sus años, con los movimientos cansados pero el espíritu intacto, Don Adriano se niega a abandonar el sitio donde transcurrió gran parte de su vida. Fue ferroviario desde su juventud hasta la jubilación, y aunque su contrato terminó hace mucho, su vínculo con el ferrocarril jamás se rompió.
“De vez en cuando vienen turistas para mirar lo que era antes, y yo les recibo, les cuento cómo era”, dice, mientras aparta con un machete las ramas que amenazan con cubrir los viejos vagones. Nadie le paga por hacerlo. Desde 2012, ninguna autoridad puso un pie en la estación para intentar salvarla del olvido.
Don Adriano vive detrás de los vagones, en una modesta casita que él mismo mantiene. A puro pulmón”, corta el pasto, barre el andén y vigila que los adictos no conviertan el lugar en guarida de vandalismo. Su tarea es silenciosa, invisible para el Estado, pero esencial para mantener viva la memoria del ferrocarril.
Cada chapa oxidada, cada tablón carcomido, guarda un fragmento de historias que Don Adriano se empeña en no dejar morir. Mientras relata a los curiosos cómo era la vida ferroviaria en sus mejores días, sus ojos brillan con la pasión intacta de quien sabe que está protegiendo algo más que un montón de fierros viejos: está defendiendo su vida misma.
La Estación Botánico no es un caso aislado. La desidia se repite en casi todas las antiguas estaciones del país. Fepasa, la empresa estatal encargada de los ferrocarriles, promete desde hace años reactivar el tren de cercanías, pero mientras tanto, el patrimonio histórico se desmorona lentamente ante la indiferencia oficial.
En el silencio roto apenas por el canto de los pájaros y el crujido de la maleza, Don Adriano sigue su vigilia.
