Día Internacional de la Biodiversidad si no la protegemos perdemos con cada extinción

  • Cada especie cuenta: la extinción no es solo una pérdida natural, sino también científica, cultural y ecológica. Cuando una especie desaparece, también se esfuman posibles medicinas, alimentos y descubrimientos futuros.
  • Proteger la biodiversidad requiere conciencia, acción colectiva y decisiones sostenibles a todos los niveles .El dodo y el tigre de Tasmania son símbolos de la pérdida irreparable que genera la acción humana sobre la biodiversidad.
  • La biodiversidad sostiene la vida en el planeta: su deterioro pone en riesgo el equilibrio de ecosistemas y la salud humana.
Dia Mundial de la Biodiversidad debemos protegerla y requiere conciencia, acción colectiva y decisiones sostenibles. || Foto Cortesía

Cada 22 de mayo, el calendario nos hace una pausa. El Día Internacional de la Biodiversidad, proclamado por las Naciones Unidas, no es solo una fecha marcada en verde esperanza, sino una alarma silenciosa que nos invita a mirar alrededor —y también hacia dentro— para preguntarnos qué estamos haciendo con el mundo que habitamos.

La biodiversidad no es solo una lista interminable de especies raras o exóticas. Es la vida misma en todas sus formas, colores, tamaños y funciones. Es el aire que respiramos, el agua que bebemos, los alimentos que cultivamos. Es ese delicado engranaje que permite que la Tierra no solo exista, sino que funcione como un sistema vivo.

Pero ese engranaje está fallando. Y cada vez que una especie desaparece, lo hace con un eco que resuena mucho más allá de su ausencia física. Cuando se extingue una especie, no solo se pierde un animal o una planta: se desmantela una parte del equilibrio del planeta, se borra una página de un libro que ya no podrá ser leído.

Pocas figuras ilustran tan claramente esta tragedia como el dodo, aquella ave que no volaba y vivía en las islas Mauricio. Cazado hasta su desaparición en el siglo XVII, su nombre se convirtió en sinónimo de extinción. Pero más allá de la metáfora, su pérdida afectó incluso a la vegetación local: el famoso caso del tambalacoque, o “árbol del dodo”, apunta a una relación de dispersión de semillas que pudo haberse roto con la muerte del ave.

El dodo desapareció antes de que la ciencia tuviera herramientas para estudiarlo a fondo. Nunca sabremos cómo se comportaba, qué papel exacto jugaba en su ecosistema, qué secretos biológicos escondía. Es un símbolo, sí, pero también una advertencia.

Más reciente —y aún más doloroso para muchos— es el caso del tigre de Tasmania, o tilacino. Este marsupial carnívoro, nativo de Australia y Nueva Guinea, fue víctima de la caza, la competencia con especies introducidas y la indiferencia. Se extinguió en el siglo XX, dejando tras de sí un vacío ecológico difícil de medir.

Como depredador tope, el tilacino mantenía en equilibrio las poblaciones de otras especies. Su ausencia pudo haber desatado efectos en cadena. Hoy, su imagen vive en escudos, logotipos y proyectos científicos que sueñan con traerlo de vuelta mediante la desextinción. Pero por más que la genética avance, nada reemplaza lo que alguna vez fue parte viva de un ecosistema.

La pérdida de biodiversidad no es un problema ajeno. Es personal, urgente y silencioso. Muchas especies extintas podrían haber contenido compuestos útiles para curar enfermedades, inspirar tecnologías, o enseñarnos más sobre la vida. Cada extinción es una puerta cerrada a lo que podríamos haber aprendido.

También hay una pérdida cultural. Algunas especies están profundamente entrelazadas con la identidad de los pueblos, con sus creencias, sus símbolos, su historia. Su desaparición borra no solo huellas ecológicas, sino también memorias colectivas.

Hoy, más que nunca, proteger la biodiversidad requiere una reacción conjunta: desde políticas públicas firmes hasta decisiones individuales conscientes. Se trata de educar, conservar hábitats, consumir responsablemente, y entender que vivir en armonía con la naturaleza no es un lujo, sino una necesidad.

Porque cada especie cuenta. Y cuando una se extingue, no solo se apaga una voz en la sinfonía de la Tierra: perdemos todos.

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