Caaguazú brilló con su cultura y “cine bajo el cielo” en la feria Palmear de Asunción
- El departamento deslumbró con una colorida muestra de su cultura en la peatonalizada calle Palma de Asunción con presentaciones artísticas, gastronomía típica y cine bajo las estrellas, Caaguazú dejó una huella inolvidable en la capital.
- Encabezados por el gobernador Marcelo Soto, los representantes del departamento Caaguazú llenaron de vida la calle Palma con danzas tradicionales, el icónico pastel mandi’ó, y la presencia de Aguara’i, la mascota oficial de la Gobernación.
- La actividad cerró el mes del folclore con un evento que mostró la diversidad y riqueza cultural del departamento.
El pasado fin de semana, la calle Palma de Asunción se transformó en un vibrante escenario de cultura y tradición. En el corazón del casco histórico, los sonidos de guitarras y arpas llenaron el aire, acompañando el vaivén de los transeúntes curiosos que se detuvieron a observar cómo el Departamento de Caaguazú desplegaba su esencia en la Feria Palmear. Una actividad llena de color y vida, organizada por la Secretaría de Cultura y Turismo de la Gobernación de Caaguazú, para cerrar con broche de oro el mes del folclore paraguayo.
Una delegación del departamento Caaguazú, encabezada por el gobernador Marcelo Soto, tomó su lugar en la arteria peatonalizada para revitalizar el casco histórico. En el centro de la escena, Aguara’i, la carismática mascota de la Gobernación, saludaba a los niños y arrancaba sonrisas a los adultos, recordándonos que la cultura también es alegría.
Los aromas inconfundibles del pastel mandi’ó, ese manjar de mandioca y carne tan nuestro, flotaban en el ambiente, invitando a todos a degustar un bocado de tradición que aguarda ser reconocido como Patrimonio Cultural Inmaterial.
Frente al Panteón de los Héroes, postales perfectas se dibujaban a cada paso. La gente se detenía a fotografiar las danzas, los vestidos de ñandutí y las sonrisas de los artistas que, con cada interpretación, contaban historias de lucha, de amor y de esperanza. Había algo en el aire, quizá la nostalgia de lo auténtico, de lo nuestro; que hacía que todos se sintieran parte de un mismo latido cultural.
Cine bajo el cielo: Luces, cámara, ¡Caaguazú!
Cuando la tarde dio paso a la noche, la feria se transformó en una sala de cine al aire libre. En el marco de “Cine bajo el cielo de Asunción”, la pantalla desplegada entre las calles Palma y Chile, frente al Panteón, cobró vida.
Bajo un cielo despejado y estrellado, el público se acomodó en sillas plegables, en el suelo o en los bancos cercanos, listo para ser transportado a través del tiempo y el espacio, a través de historias que nacen del alma caaguaceña.
Las luces se atenuaron y el primer cortometraje, El Río, dirigido por Rodney Zorrilla, comenzó su proyección. En nueve minutos, los asistentes se sumergieron en las aguas profundas de un río que no sólo cruza paisajes, sino también vidas, con un elenco que incluye a Aníbal Ortiz, Carlos Barreto y Gustavo Arias.
Luego vino Ironía, otra obra de Zorrilla, que en solo seis minutos expuso la complejidad humana con la actuación única de Nelson Cristaldo. Para cerrar, Semillas, dirigida por Haruki Saito, desplegó en cuatro minutos una historia íntima y poderosa sobre el ciclo de la vida en el campo paraguayo.
Cada cortometraje arrancó aplausos, suspiros y hasta algunas lágrimas. Bajo el manto de estrellas, el cine caaguaceño demostró que no se trata solo de imágenes en movimiento, sino de un reflejo vivo del alma de un pueblo, un espejo en el que todos se pudieron ver, reconocer y celebrar.
La noche avanzó, pero nadie parecía tener prisa por marcharse. La feria Palmear, más que una simple exposición, se había convertido en un abrazo colectivo, un encuentro de almas que compartían un mismo espacio, un mismo amor por lo nuestro.
La música seguía sonando con la presencia de artistas locales, y las risas de los niños, todavía jugando con Aguara’i, competían con las conversaciones de los adultos, que ya comentaban los cortometrajes y hacían planes para la próxima edición.
Así, entre el bullicio y el encanto del centro histórico, Caaguazú dejó su huella en Asunción. Mostró que, más allá de los kilómetros que separan, la cultura tiene el poder de acercarnos, de hacernos sentir parte de algo más grande. Y cuando las luces finalmente se apagaron y la calle volvió a su calma habitual, quedaba la certeza de que la magia de Caaguazú se quedaría en el corazón de quienes vivieron ese día, resonando como una guarania que no se olvida, un canto eterno al folclore, al cine, y a la vida.