Así se elige a un nuevo Papa en secreto, con solemnidad y tradición en la Capilla Sixtina
- En un proceso rodeado de solemnidad y tradición, los cardenales reunidos en la Capilla Sixtina inician la elección del nuevo papa con una primera votación que permite medir apoyos iniciales.
- Cada jornada del cónclave contempla hasta cuatro votaciones, dos por la mañana y dos por la tarde, en las que los cardenales depositan sus votos de forma manuscrita.
- Si tras 33 votaciones no se alcanza la mayoría necesaria, el proceso se ajusta: solo los dos candidatos más votados podrán ser elegidos, aunque no podrán votar, y deberán alcanzar igualmente los dos tercios requeridos.

El proceso para elegir a un nuevo Papa, conocido como cónclave, es uno de los rituales más solemnes y reservados de la Iglesia Católica. A lo largo de los siglos, este procedimiento conserva gran parte de su esencia medieval, combinando elementos tradicionales con ajustes técnicos para garantizar la transparencia y claridad del resultado final.
Una vez que se declara la sede vacante, los 133 cardenales con derecho a voto, menores de 80 años, se reúnen en la Capilla Sixtina, donde juran individualmente sobre la Biblia guardar en secreto las deliberaciones, bajo pena de excomunión. La Capilla es entonces cerrada por el maestro de celebraciones litúrgicas y se da inicio a las votaciones.

Cada jornada del cónclave incluye hasta cuatro votaciones: dos en la mañana y dos en la tarde. En la primera votación se observa la distribución inicial de apoyos. Un candidato con posibilidades sólidas puede reunir decenas de votos desde el inicio, pero solo será elegido si alcanza la mayoría de dos tercios, es decir, 89 votos de los 133 electores. Si no lo logra, el respaldo podría reorientarse hacia otros candidatos más conciliadores en las rondas siguientes.
La votación es manual, secreta y cargada de simbolismo. Cada cardenal escribe con letra poco reconocible el nombre de su elegido en una papeleta, la dobla por la mitad y la lleva al altar. Allí, en voz alta, pronuncia una fórmula de juramento: “Pongo por testigo a Cristo Señor, el cual me juzgará, de que doy mi voto a quien, en presencia de Dios, creo que debe ser elegido”. Luego deposita el papel en una urna de bronce usando un plato ceremonial.
Tres escrutadores se encargan del recuento: uno abre y pasa la papeleta, otro confirma el nombre y el tercero lo lee en voz alta. Las papeletas se anotan cuidadosamente, y cualquier irregularidad, como dos nombres en una sola papeleta o dos papeletas aparentemente de un mismo elector, invalida el voto.
Si no hay elección, las papeletas se queman en una estufa especial. Una segunda estufa produce el humo que informa al mundo el resultado: fumata negra si no se ha llegado a un acuerdo y fumata blanca cuando se ha elegido al nuevo pontífice. Desde el último cónclave, se utilizan productos químicos para hacer más evidente el color del humo, luego de confusiones pasadas, especialmente en horarios nocturnos.
En total, se pueden realizar hasta 13 votaciones. Si tras el tercer día aún no hay consenso, se establece una pausa de un día para reflexión. Luego se puede repetir este ciclo dos veces más. Si tras 34 votaciones persiste el bloqueo, solo se considerarán los dos candidatos más votados en la última ronda, quienes ya no podrán votar pero seguirán necesitando dos tercios para ser electos.
Este fue el proceso que condujo a la elección del papa Benedicto XVI en 2005, tras solo cuatro votaciones, y del papa Francisco en 2013, quien fue electo en la quinta.
Cuando finalmente uno de los cardenales obtiene el respaldo necesario, el decano del Colegio cardenalicio le pregunta si acepta la elección. De aceptar, el elegido escoge su nombre papal y se retira a la llamada Sala de las Lágrimas, ubicada bajo el Juicio Final de Miguel Ángel. Allí se viste por primera vez con la sotana blanca papal, elige entre tres tallas disponibles, y regresa a la Capilla como pontífice.
Poco después, el cardenal protodiácono aparece en el balcón de la Basílica de San Pedro y anuncia el esperado: Habemus Papam. El nuevo papa saluda a los fieles, ofrece su primera bendición urbi et orbi, y comienza así su pontificado.